El filósofo y poeta Ralph Waldo Emerson describe magníficamente lo que ocurre en el alma cuando ella responde al llamado de conectar con la naturaleza.
Cuando hablamos de la naturaleza, tenemos un definido y sin embargo poético sentido en mente. Nos referimos a la integridad de las impresiones que tenemos a partir de múltiples objetos naturales. Es esto lo que diferencia el pedazo de madera del leñador, del árbol del poeta. El encantador paisaje que vi esta mañana está indudablemente hecho de veinte o treinta granjas. Miller es dueño de este campo, Locke de aquel y Manning del de más allá. Pero ninguno de ellos es dueño del paisaje. Hay una propiedad en el horizonte que ningún hombre posee, sino aquel cuyos ojos pueden integrar todas las partes, es decir, el poeta. Ésta es la mejor parte de las granjas de estos hombres, cuyos títulos de propiedad, sin embargo, no les dan ningún título.
El amante de la naturaleza es aquel que retuvo el espíritu de la infancia incluso en la adultez. Su relación con el cielo y la tierra se vuelven parte de su alimento diario.
El amante de la naturaleza es aquel que retuvo el espíritu de la infancia incluso en la adultez. Su relación con el cielo y la tierra se vuelven parte de su alimento diario.
En verdad, pocos adultos pueden ver la naturaleza. La mayoría de las personas no ven el sol. A lo sumo tienen un modo de ver muy superficial. El sol ilumina solo el ojo del hombre, pero brilla dentro del ojo y del corazón del niño. El amante de la naturaleza es aquel cuyos sentidos internos y externos están todavía verdaderamente conectados entre sí; aquel que retuvo el espíritu de la infancia incluso en la adultez. Su relación con el cielo y la tierra se vuelven parte de su alimento diario.
En presencia de la naturaleza, un salvaje placer corre dentro del hombre, a pesar de la pena real. La naturaleza dice: Él es mi criatura, y más allá de todas sus impertinentes penas, estará contento conmigo. No solo el sol o el verano, sino todas las horas y estaciones rinden su tributo al placer, porque cada hora y cambio corresponde y autoriza a un diferente estado mental, desde un mediodía que te deja sin aliento hasta una lúgubre medianoche.

Ralph Waldo Emerson (1803-1882)
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